Por:
Marco Sila
Sin profundizar en los
resultados que emitirán las investigaciones policiales, vamos solamente a
discernir sobre el peligroso derrotero que está tomando en Guayana, todo lo
concerniente a la explotación del oro. También hay que tomar en cuenta, la
carencia de una política pública para poner orden en una desaforada expoliación
a nuestros recursos naturales, el crecimiento y consolidación de oscuras
organizaciones al margen de la ley, junto a la presencia inexcusable del
sistema paramilitar colombiano, instaurado como de plataforma de orden y
concierto.
A todas luces, vamos a
adentrarnos en un hecho que ha generado repudio, tanto por haberse perpetrado en la figura de un hombre
público con sobradas características de ser un luchador social, abierto al
diálogo, consustanciado con el proceso revolucionario, valiente y claro en su
despliegue parlamentario, y aunque en el plano político nadie es monedita de
oro, para la mayoría de quienes trataron a Aldrín, era un hombre bueno. De
ninguna manera merecía ser asesinado tan atrozmente, bajo la combinación de una
jauría criminal ejecutora, junto a las mentes frías de quienes se esconden en
la institucionalidad para medrar. Sin temor a equivocarnos, detrás de tan ruin proceder, hay dobles
caras.
Estamos llegando a los
extremos. Para los guayaneses que han visto el desarrollo y los visos que ha tomado
la explotación del oro, la mención reiterada de los nombres de quienes se han enriquecido en ese
negocio aprovechando alto status gubernamental, los numerosos asesinatos
impunes, la instauración de un para-estado que el gobierno nacional permite, al
tomar el factor oro para resistir al bloqueo, lo que no se discute; pero, a la
vez, brinda anuencia a procedimientos: no concernientes al amor revolucionario
al ambiente, la consolidación de organizaciones criminales, el desvío de
inmensos recursos fuera de nuestras fronteras, la corrupción a gran escala, y
tantas cosas que dejamos hasta allí, sólo que hoy, estamos llegando a los
extremos.
Por ese camino estamos
destruyendo al proceso revolucionario, ya que la atmósfera así lo determina. Lo
que respiramos en Guayana es una cochambre de corruptela, dimanada de la asociación
de lo que parecen mundos distintos, pero son solubles en la clara ambición, la
hipocresía y la aversión a la plataforma solidaría de amor colectivo. Ojalá,
las manos putrefactas del mal no alcancen a la transparencia de las
investigaciones. Ojala nos equivoquemos y asistamos a un caso similar, como el
martirio de un Robert Serra, producido por la conspiración abominable de la
dualidad gringo-colombiana. Ojalá
estemos equivocados; pero, de no ser así, estaremos ante el destape de una de
las más putrefactas conspiraciones,
contra el noble proceso revolucionario instaurado por el Comandante Hugo
Chávez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario